Lo que los gatos maullan...

miércoles, 4 de febrero de 2015

Las letras que nadie debió plasmar: Los que no se miran.

Me he despertado. Me he quedado en cama y la pregunta que me hice anoche, sigue aquí. Todo estaba bien hasta que me pregunté, tontamente y a manera de suicidio ¿me recuerdas? Ya es tarde, comienzo a limpiar la casa, recojo los vasos y la ropa como si recogiera los trozos de mi corazón roto. Barro el piso como si barriera el recuerdo. Siento una terrible ansiedad. Veo a mi hermano entrar y salir por mandados; estos días se ve cansado. Es como si todo el amor le hubiera sido arrebatado y él desesperadamente quisiera detenerlo como un terco quiere mantener el agua en sus manos. Nos parecemos tanto.

Termino. Me encierro en mi mundo. En un cuarto que los dos conocemos, yo mejor que tú, tú que entraste tantas veces pero realmente nunca estuviste aquí. De la nada, un dolor desgarrador, como ya lo había sentido antes. Nace en mí de un modo desconocido y arrebatador. De pronto, lágrimas y la tormenta en el mar. La confusión y la furia. El alivio y el miedo. El ruido y el silencio. Yo sé lo que es. 

Si lo digo en voz alta, le daré existencia. Si lo callo, me torturará solo a mí. Mis labios se abren sin emitir ruido, no quiero sufrir sola otra vez, libero al monstruo. Porque yo sé lo que es, porque lo conozco, lo he encarado antes y he perdido como pierdo nuevamente. Es amor.

Pero aún peor. Es amor no correspondido. Y duele, me desgarra. Me consume el recuerdo, que ha comenzado a brotar de las esquinas de este cuarto que nos ha visto desear sin ser correspondidos, porque no deseamos lo mismo. El momento viene, puedo saborearlo.

No recuerdo la película, pero recuerdo el sonido de tu corazón acelerado. Siento tu respiración pausada, profunda, impaciente, nerviosa. Se parece tanto a mí. 

Recuerdo que conté los segundos antes de alzar la mirada y encontrar unos ojos que sabía me observaban. No es justo. Nunca tienes piedad de mí. 

De pronto ya no hay distancia. No la quiero, no la busco. Uno. Dos. Tres. Segundos. Besos. Pierdo la cuenta. Te recuerdo y vibro, te recuerdo y te amo. Ya han pasado días, y para mí, nuevamente, no hay más mundo que tú. Tú que a veces me das la espalda y a veces soy lo único que miras. 

Duele tanto el amor. Y me retracto. Vengo y voy, y tú, ni te mueves, ni lo piensas. 

¿Qué paso si acepto que te amo? ¿Qué hago con el amor qué no aceptarás? ¿Qué será de nosotros si yo digo amor y no amistad? Uno. Dos. Tres. Si no cambio la velocidad, terminaré estrellándome, y tal vez te mate conmigo. 

Mañana seremos los mismos. Los que no se miran, y si lo hacen fingen que no ven nada. Los que se mantienen juntos, pero huyen en cada oportunidad. Mañana  seremos amigos, nerviosos, descuidados, seremos por ratos el cuchillo y por ratos la herida. Seremos. Como siempre lo hemos sido.

Miro a mi lado. Mi fiel Siberiano está junto a mi. Me mira con sus enormes ojos. Me huele y me lame. Es cierto. El perro es el mejor amigo del hombre. No como nosotros, que estamos y no estamos y que al final, ni nos miramos.



Los letras que nadie debió plasmar.

A partir de ahora, compartiré los relatos, cuentos y demás que escriba para una clase. Siéntanse en todo el derecho de juzgarlos. De escritora no tengo nada. Los etiquetaré del mismo modo que el titulo. Hoy les dejo el primero. Gracias por leer. 

domingo, 1 de febrero de 2015

Uno. Dos. Tres. Segundos y besos, pierdo la cuenta.

Es raro, he empezado a escribir esta entrada sin pensar en el nombre, yo escribo a partir del nombre, pero ahora no sé como debo sentirme, no sé como se titulará este escrito.


28 de enero, pude apreciar el momento, pude degustarlo, me detuve a saborearlo. 


Supe que algo iba a pasar cuando detuvo el motor del carro, de manera normal, habitual, pero algo era diferente, estoy acostumbrada a él, así que lo noté y lo deje pasar. 


Hablamos. De pronto se acostó en mis piernas, como midiendo el terreno, como probándome. Instintivamente, acaricié su cabeza y se relajó. Se incorporó. Volvió a hacerlo. 


Hablamos. Nos miramos, reto la distancia. Calculando, como pidiendo permiso.


Su brazo se extendió hacia mí, rodeándome ligeramente. Cuando me acerqué un poco me capturó, me mantuvo en su pecho.


Luego pasamos a la casa. Me abrazó mientras veía una película, yo no le estaba poniendo mucha atención. Sentía su respiración, escuchaba su corazón. Alcé la mirada, sabía que me estaba observando, la distancia desapareció. Uno. Dos. Tres. Segundos y besos, pierdo la cuenta. 

Caricia. Abrazos. Deseo. Marcas. Las estrellas en el techo. Besos sin sabor a alcohol.


Me habla claramente. Me pide. Le concedo. Me mira a los ojos. Me atraviesa el alma. Y yo, ya no sé nada.